los tranquilamente días claros.
Los pequeños gorjeos, también,
y la risa de una presumida urraca.
Me puedo llegar a fijar, por ejemplo,
en cómo a la luz las hojas atrapan.
Parecen así por encima perlas doradas.
Parecen ávidas de sol y nubes pálidas.
A veces abro la ventana y escucho,
conteniendo el aire, mi latido acelerado.
A veces abro la ventana y escucho
no más allá de unos motores embarrados.
A veces no llego ni siquiera a abrirla.
Me quedo mirando la grisácea lluvia y
le pido a la corriente el fin de nuestros días.
¡Me encanta! Sigue así.
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