21 de julio de 2010

Dulce despedida tras un amargo adiós.

Sin ti no quedan más que ganas de desaparecer...
No quiero entregarme en la oscuridad, sólo ocultarme en ella.
Por miedo o por lo que sea, porque así al menos podría mostrar sin mostrar nada.
No una, sino todas las que pude encontrar, son aquellas personas que un número demasiado largo me las separa.
Callo.
Y el silencio se me está haciendo largo, pero mis palabras pesan demasiado... y quizás lo que quiero
es evitar recordarlo.
Pensé en un deseo, como siempre cuando no se tiene lo que se quiere, y no pedí más que saber que estás bien.
La tranquilidad que hay ahora me aprisiona... acosa por todos los lados. Arriba, abajo, izquierda... adentro.
Y siento como las puñaladas de antaño reaparecen con otro sabor amargo, el de otro veneno de distinta confección pero de igual toxicidad.
Puede ser eterno, y tener que superarlo o morir con ello, o quizás por una casualidad poco probable se solucione y aparezcas o me anuncies que por suerte regresas...
Aún así algo no cambia, y es que lo que digo me resulta vacío sin aquello que fui haciendo cada vez más mío. Adornando y mimando. Revistiendo y fortificando. Queriendo y amando... Todo para que una sola decisión ajena lo deje colgando sobre un precipicio que amenaza con engullir lo que me he ganado por derecho.

Tus dudas son sólo la punta del iceberg. Insignificantes al lado de la posibilidad de no volverte a ver.

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